Antes de que yo mismo hubiera tenido tiempo de pensar por qué lo hacía, le pregunté:
-Dígame una cosa, doctor: ¿usted cree en Dios? El me miró. El cabello le caía sobre la frente y ardía todo él en una especie de sofocación interior, pero todavía no mostraba su semblante sombra alguna de emoción o desconcierto. Dijo, enteramente recobrada su parsimoniosa voz de rumiante:
-Es la primera vez que alguien me hace esa pregunta.
-Y usted mismo, doctor ¿se la ha hecho alguna vez?
no pareción indiferente, ni preocupado. Pareción apenas interesado en mi persona. Ni siquiera en mi pregunta y mucho menos en la intención de ella.
-Es difícil saberlo, dijo.
-¿Pero no le produce temor una noche como esta? ¿No tiene usted la sensación de que hay un hombre más grande que todos caminando por las plantaciones mientras nada se mueve y todas las cosas parecen perplejas ante el paso del hombre?.
Ahora guardó silencio, los grillos llenaban el ámbito, más allá del tibio olor vivo y casi humano que se levantaba del jazminero sembrado a la memoria de mi primera esposa. Un hombre sin medidas estaba caminando, solo, a través de la noche.
-No creo que me desconcierte nada de eso, coronel. Y ahora parecía perplejo, él también, como las cosas, como el romero y el nardo en su ardiente sitio. "Lo que me desconcierta", dijo, y se quedó mirándome a los ojos, concretamente, con dureza: "Lo que me desconcierta es que exista una persona como usted capaz de decir con seguridad que se da cuenta de ese hombre que camina en la noche".
-Nosotros procuramos salvar el alma, doctor. Esa es la diferencia.
Gabriel García Márquez. Ejercicio tomado de: https://competencialectora.blogcindario.com/2013/02/00117-taller-4.html