1025 sentido y talvez la vida, porque está muy débil y su trabajo tan fuerte. Pero Dios la oyó a usted y se lo pasó. - Le dije entonces: ¿Usted me ayuda a darle gracias a Dios por este bene- ficio? - Sí, me contestó. - ¿Y que me dice de la Madre del Santísimo? - Ay, exclamó dando un suspiro, es tan buena, es una santa, pido por ella. - Y la Hermana de los Santos Ángeles que la preparó para su primera comunión, ¿pide mucho por ella? - Sí, me contestó y para ella hay mucho. - Nieves, ¿morirá la hermana María de la Providencia que está tan grave? - Se sonrió picarescamente y no me contestó nada. - Hermana, me dijo, dígale al padre Enrique que no se afane por la mi- sión del Sarare que Dios vela por ella y que pido mucho por él y que he cumplido sus encargos. - ¿Y a Carísima Madre qué le digo? le pregunté. - Dígale que pido mucho por ella. - Nieves, ¿En todo este rato ha perdido usted la visión beatífica? - No, me contestó. Al despedirse Nieves Ie dije: - ¿Me deja sola? - No, estaré con usted me contestó y le encargué de nuevo la Congrega- ción, mientras ella me ponía de nuevo la mano sobre el corazón y des- apareció. Terminado esto me volvió el sentido, es decir volví en mí. Hasta aquí la carta de la hermana, con fecha de diciembre de 1926, cuando aun estábamos en San Pedro en perfecta paz, según nuestro juicio y conocimiento. Sin embargo, por esos mismos días se tramaba la tempes- tad con todas las apariencias de protección y amor. También en estos días se descubrió el nuevo enemigo de la Congregación, del modo siguiente, muy en conformidad con lo dicho por Nieves. Capítulo LIX. La niña Nieves