1036 bién o si debía sacar a la hermana Asunción del Sarare, en donde haría mucha falta por ser la única conocedora, a la sazón, de la lengua tuneba. Envié dos hermanas a Santa Rosa a consultarle acerca de la carta y des- pués de leerla muy detenidamente se indignó con el reverendo padre Rochereau y me contestó que no podía concebir cómo el reverendo padre no estaba loco y que cómo emborronaba tanto papel para insultar como un carretero a una religiosa, etc. Que en consecuencia, trajera la hermana del Sarare y pidiera al señor Afanador el cambio de capellán de esa misión. Me piden la renuncia de Superiora General En éstas estaba, cuando, quizás a los cuatro días, me llega otra carta que dice que ha visto la carta del reverendo padre Rochereau dirigida al reve- rendo padre Tressel y que contiene los mismos cargos contra mí y un poco mayores y más graves, que en consecuencia con esa carta debo renunciar al cargo, e irme a hacer penitencia a algún rincón. Esto lo dice, señalando uno por uno, los cargos, como quien está muy convencido de la verdad de ellos. Termina aconsejándome que tenga mucho valor para sufrir la nueva tem- pestad que se me viene encima. No recuerdo bien, si en esa misma carta o en otra, ya me había dicho que la tempestad que se desataba era producida por el demonio que estaba regado alrededor mío y que ya se le estaba me- tiendo también a él. El hecho es que él sí se dio cuenta de que era tempestad y de que él entraba como perseguidor. Son cosas increíbles que se persiga una obra de Dios, a la vez que se confiesa que es de Dios y que es el diablo el que induce a ello. Pero es un hecho, que así resultan las cosas. No recuerdo si ya he dicho en alguna ocasión, que él conocía las perse- cuciones del señor Arteaga a la Congregación y me dijo: ¡Qué desgracia madrecita llegar a ser enemigo suyo! ¡Sí, prométame que le pide al Señor que no me caiga nunca esa desgracia! Sin embargo, como vengo diciéndolo, se declaró enemigo de modo consciente y reflexionado. ¡Cosas las de la vida! En la carta que vengo aludiendo me dice claramente que le presente renuncia del cargo de Superiora General y que deje en el cargo a una her- mana cualquiera. En consecuencia le presenté la renuncia. La recibió y me puso un telegrama en el cual únicamente me dice: "Esté tranquila". Entre tanto, el consejo generalicio le dirigió un telegrama diciéndole que hiciera el favor de convocar capítulo general para elegir nueva supe- riora general, y agregaban: que si las cosas se arreglaban de otro modo que Capítulo LX. Me piden la renuncia de Superiora General