1082 do padre Elorza. Pero durante el sueño sentí y este sentimiento duró toda la noche, hasta que al amanecer, le prometí a mi Dios no poner los dos últimos. El sentimiento se reducía a sentir como que aquello habría de excitar ciertos celillos en algunas personas que estimaban mucho a estos padres y que sería un precedente malo para la pobre Congregación que tan necesitada estaba de cierta aceptación entre los habitantes de Antioquia. Como al amanecer le dije a mi Dios que desistía de poner tales nombres y que les manifestaría mi reconocimiento de otro modo, a los padres; seguí durmiendo tranquila y cesó por completo esa luz que mostraba el peligro. Naturalmente esto también lo confié al reverendo padre Elorza y creo que convino conmigo en que había hecho bien en desistir. ¿No es esto una delicadeza de mi Dios que compromete mi amor, padre de mi alma? Una dirección tan directa y a la cual no retiene ni mi ingratitud y pecados. ¡Ay! ¡Dulce dueño de mi alma, yo voluntariamente volvería a nacer, si se me pusiera a escoger, por volver a probar tus delicadezas en el destierro! Encajar el alma en Dios Ahora quisiera pasar por alto un sentimiento sobrenatural que me dio el Señor en otra ocasión, pero el temor de omitir lo que quizás pudiera arran- car siquiera sea un átomo de amor al Dios de mi corazón, al ser sabido por alguien, me detiene y aunque no lo sepa decir de modo muy claro, ensayaré. Según lo tengo apuntado me pasó en esos momentos en que creo ser invadida por las Tres Divinas Personas, cuando me parece que esas ama- bilísimas Personas invaden mi alma, dejándome aniquilada con una luz en el alma que me hace como desaparecer de mi misma. Entonces repetí, pero no con los labios, sino de una manera muy alta y que no forma voz humana, en lo más interior del espíritu, sin duda, estas palabras cuya rude- za al expresarlas después sin el sentimiento con que se impusieron a mi alma me hacen dar cierto rubor: ¡Encajar el alma en Dios! Dios mío, qué palabras tan brutas, por decirlo así son éstas, sin el senti- miento aquel de entonces. ¡Encajar en Dios! Yo sentía que esto es el eterno reposo de los bienaventurados y que no es otra cosa que el alma como que se liquida en Dios que se identifica en alguna manera con ella. ¿Qué estaré diciendo padre mío? ¿Cómo podré dar a entender lo que esa palabra enca- jar significaba y contenía? ¡Imposible! Lo cierto es que, pasado aquel momento y sus efectos amorosos, todavía muchos días estaba repitiendo yo, con fruición grande, aquella palabra: La bienaventuranza, el reposo Capítulo LXIII. Encajar el alma en Dios