310 El pecado En el mismo año, Dios me dio tal conocimiento de lo que es el pecado, que para mí misma, me lo definía así: El pecado es la ausencia de toda vida. Así lo encuentro definido, en los apuntes que tengo a la vista. Esta definición nació del sobrenatural conocimiento, que entonces tuve, de la monstruosidad del pecado; fue como el reflejo de las luces que tenía acerca de la vida vivísima de Dios. Sentía como especie de relámpagos en el alma, que me dejaban como iluminada por la suprema vida de Dios, sin que yo ni lo procurara, ni pudiera quitarlo. Ésas como oleadas de la vida vivísima de Dios, me arremetían con fuerza desconocida y a la cual no podía sustraerme. Pasada la fuerza ésa, no sabía decir nada de los conceptos que tenía formados de la vida de Dios y del pecado, como la oposición formal y como sustancial de esa misma vida divina; pero formaron como un fondo en mi alma que aún no ha pasado. De modo que muy frecuentemente sufro dolores interiores terri- bles, como resultantes de ese conocimiento, o como fondo, o modo nuevo y raro, que aquellas luces dejaron en el fondo de mi alma; esto, sobre todo, me pasa en aquellas épocas de permanencia entre infieles o en sitios don- de se conoce a Dios muy poco, o se peca mucho, sintiendo la gente como derecho para pecar. En esos lugares creo morirme como de pena y se me aprieta el alma, cual si me quisiera ahogar. Me doy cuenta exacta, de que tal pena brota de ésa como información nueva que mi alma adquirió con esas luces. ¡Lo que del pecado sentí, entonces, no es para decirlo, ni hay palabras en lengua humana que digan lo que de negaciones encierra, lo que en el alma hace y lo que destruye a Dios dentro del alma humana! ¡Dios mío! ¡Quién pudiera morir- se de dolor, por la existencia de desorden tan cruel, en vuestra misma creación! Tal negación de vida tiene el pecado, que ni siquiera fue creado por Dios. Por eso es peor que las llamas del infierno, porque ellas al menos son creadas por Dios y son la expresión de uno de sus atributos. ¡Hasta en el infierno Dios mío, hay huellas de tu Ser! En el pecado, no las hay. Es la suprema negación. Es una síntesis de negaciones. El gran dolor de la tierra consiste en vivir en contacto con el pecado y la dicha del cielo es no poder encontrarlo en sus esplendores. ¡Oh pecado! ¡La palabra que espanta al cielo! Y tener seguridad y la mayor de las seguridades de que lo he cometido y de que soy capaz de Capítulo XX. El pecado