613 ahogado lo sabríamos al ver que no aparecían; si habían vuelto a Pavarandocito, de allí vendrían en todo el día y si se habían pasado adelan- te, al llegar a Tasidó se volverían a buscarnos. No había otro remedio. Los bogas, muy bien y justamente remunerados, volvieron a Pavarandocito y los demás quedamos en aquella playa, hasta casi las dos de la tarde, hora en que llegaron las bestias. La suerte de los peones fue menos fuerte que la nuestra, porque desde temprano los atajó un río y se quedaron en una casita, pues por el camino que ellos llevaban hay una que otra habitación. Nuestro almuerzo en la playa, hecho en las mismas condiciones, con unas fritas que nos habían echado en Pavarandocito ya muy pasadas y sin más sal, que las que éstas tenían, fue también una aventura. Pero, qué gratitud sentíamos a Dios, ¡pues ni esto debíamos tener, dada la salida tan rara y súbita de Pavarandocito! Hubo en la mañana baño en el mismo Mutatá, rezo después y cantos muy alegres. Tomamos las bestias como a las dos de la tarde y vinimos a Tasidó en donde hay una buena posadita de gente pobre, pero buena. Debo confesar sin embargo que, para mí, es mejor dormir por ahí en los ranchos desocu- pados, que en los que hay habitantes, porque en los primeros debo enten- derme con Dios, dueño de él; y en las casitas habitadas he de entenderme casi siempre con gentes que están muy lejos de Dios y se me oprime mu- cho el alma. ¡Si pudiéramos que las posadas fueran siempre de cristianos fervorosos, por gusto se podía dormir en ellas! Sin muchos percances terminó el viaje. Al llegar a Dabeiba encontra- mos al reverendo padre Rojo, quien había sido enviado de Urama, por el señor obispo, para que las hermanas no carecieran de la Sagrada Comu- nión. Vino a encontrarnos y nos echó sermón muy bonito. Consecuencia de la exploración De este viaje sacamos el conocimiento de que en Pavarandocito había pocos indios y como entonces no se veía claro si Dios quería que trabajá- ramos con semisalvajes o campesinos, no movimos ningún resorte para hacer nada a favor de esa pobre gente, aunque sí salimos llenos de compa- sión. A esas poblaciones no llegaba un sacerdote desde hacía varios años y había llegado a quedarse hasta siete, sin ver un ministro del Señor. Las costumbres desastrosas y la falta de fe, hacían ver ese campo como el más Capítulo XXXVII. Consecuencia de la exploración