62 reflejo de luz. Y porque hice infructuoso el medio ordinario, apelaste al medio extraordinario. ¿Se ha visto mayor misericordia? Como que de to- dos modos te habías de hacer conocer de criatura tan rebelde, de chica tan hostil. ¿Por qué Dios mío tanto afán? ¿Qué interés tenías en hacerte cono- cer de quien ni los mismos seres que pusiste a su cuidado podían tolerar la apatía? ¿Por qué, vuelvo a preguntar, esa misericordia tan grande conmi- go, más miserable que todos, mientras que sin dejar de ser misericordioso, has negado tu conocimiento por tantos siglos a los pobres infieles? ¡Me complazco en no entender esto para poderte adorar en la dulce oscuridad de la fe, que me muestra tus designios tan arriba de mi mísera comprensión! Benditos sean ellos; pero Señor, mira mis lágrimas y no dejes por más tiempo mis suspiros sin respuesta. No dejes por más tiempo a los infieles sin tu luz. Lleva tu fe ya a todos los confines del globo. Ya no puedo dejar de sufrir porque seas conocido. ¡Que te conozcan Señor para tu gloria! Que te coronemos con almas de infieles. Que no se pierdan éstas, que no perezcan lejos de Ti. ¡Mira que muero del deseo de verte conocido y ama- do! ¿Para qué les diste entendimiento, para qué tienen corazón? ¿No ves que si no te conocen, si no te han de amar son un fracaso del ser? Si estás sediento de almas Tú y estoy sedienta de calmar tu sed, ¿por qué no sacias estas ansias, Dios mío? ¿Qué te detiene, Señor? Cóbrame el precio de esas almas y corónate con ellas. Capítulo II. Primera gracia extraordinaria