621 caritativo, si sostener la misión con gentes así muy especiales, o recibir de todo, abriendo así un campo a la obra misericordiosa del Señor para mu- chas que en otras partes no caben? Todas convinimos en que verdadera- mente era aquello de pensarse, y para no errar, dejamos la cosa a la resolu- ción del señor obispo. Éste contestó que no siendo religiosas, la recibiéra- mos porque la prohibición era para religiosas propiamente dichas y que Dios más tarde diría lo que se debía hacer. Así se hizo y vino la señorita. Había vivido desde niña con su padre, quien la había educado con sus hijos legítimos, sin distinción ninguna. No había conocido a su madre, pero sí sabia que vivía en otro pueblo. Desde su llegada se mostró dócil y buena. Tomó el nombre de hermana Ma. de los Santos Ángeles y comenzó su noviciado, llena de fervor, después de haber trabajado en medio de las dificultades de los primeros tiempos, con valor y constancia. Ya casi cumplía su año de noviciado canónico, cuando, en lugar de aspirar a la santa profesión, comenzó a tener profundo e incontenible de- seo de conocer a su mamá y de vivir con ella. Cosa rara, sin haberse comu- nicado jamás con ella, ni tampoco conocerla. Sólo con la familia de su padre se conocía y entendía. ¡Aquello era una locura! ¡Un frenesí! Lloraba por el deseo de vivir con su mamá, cuando las demás suspiraban por los votos. Lo creímos una tentación y ella entró, muy convencida de ello, a luchar con toda su alma. Pero apenas podía contenerse, sin dejar sí, de cumplir muy bien sus deberes. Pocos días después le apareció una enfer- medad en la garganta que infundió en todas la alarma, porque aquello bien podía ser un principio de tisis. Entonces ella me dijo: - Yo le agradezco el que quiera medicinarme, pero creo que esta enfer- medad es la expresión de la voluntad de Dios, porque yo no me siento con fuerzas de vivir más sin mi madre. - Pero si nunca ha estado con ella, le dije. - No importa, me contestó. - ¿Es que la cree rica y va vivir muy cómodamente? le dije. - No, me contestó, yo sé que ella es pobrísima y me voy a vivir en un estado que no conozco, porque con mi padre tuve siempre muchas co- modidades, pero no importa; aunque me muera de hambre, me iré. Esta determinación favorecía mucho nuestros intereses, pues la salud de la hermana amenazaba, como ya he dicho, cosa grave. Le arreglé el Capítulo XXXVIII. Se erige canónicamente la Congregación