715 gobernador estaba igualmente indignado con el arzobispo por la manera de hablarle en la carta. ¡Qué angustia tan grande ser ocasión para un mal tan grande! Pero no tenía remedio. Pensé en que diciéndole al señor arzobispo la chispa que había levantado su carta, pudiera arreglarse un poco con el señor goberna- dor; pero me aconsejaron que no hiciera tal, porque empeoraba la situa- ción, pues el señor arzobispo se molestaría mucho más, al ver la manera como me trataba el señor gobernador. No hubo pues remedio sino dejar pasar las cosas y confiar en Dios, que tendría piedad de mí. Por fortuna, el gobernador por orgullo y sin duda también por espíritu cristiano, determinó no darle quejas al señor arzobispo. Lo que fue conmi- go logré medio aplacarlo, haciéndole ver que el servicio que me hacía no era a mí, que ya había caído en su desestima, sino al departamento. Con esto resolvió cumplir sus promesas de una bien escasa ayuda del departa- mento, pero la única que podían darme antes de la apertura de la asamblea. Bien fuerte se puso la situación ya sin la buena voluntad del señor go- bernador y con el señor arzobispo en un punto tan difícil. Dios mío, y a todo esto no tenía una persona que pudiera aconsejarme, porque nadie quería meterse en el asunto. Pero Dios que miraba mi pena me llenaba de fuerza y las horas de azotea, frente al mar, en mi oración de la mañana, eran las de gracia para llenarme de fortaleza. Mandato categórico Por fin, un día se me presentó el señor arzobispo, (hacía ya un mes que estaba en Cartagena sin resolverme a nada), traía unos ornamentos y un dinero. Sin darme tiempo de saludo ni de nada, me dijo: - Mire, aquí le traigo ornamentos para la fundación, para que no tenga de qué quejarse, hasta custodia para que nada les falte. - ¡Muy bueno, le dije. Ornamentos era lo único que nos faltaba, pueda ser que me sirvan y así diré muy bien la misa en Uré! Ni con esta broma se dio por notificado de que no le estaba haciendo caso. - Aquí está el dinero que le he ofrecido y otro tanto para que no tengamos que rogarle al gobierno, y ¡váyase para Uré, pronto! Arrodíllese yo le doy la última bendición y váyase, que puede ser que el señor cura de Sincelejo quiera visitármelas cada año. Capítulo XLIII. Mandato categórico